Parece
inevitable describir los problemas que se presentan en la sociedad cuando
llegan los inmigrantes, particularmente en el acceso a los servicios públicos y
en el empleo. Pero las izquierdas no se pueden quedar ahí, no podemos quedarnos
en la descripción de lo que viene sucediendo tenemos que puntualizar que los
problemas afectan a toda la clase obrera y nacen del modo de producción capitalista.
Es
el sistema el que genera lo que es consustancial a su existencia antes de que
llegaran los inmigrantes (desahucios, desempleo, pobreza, explotación laboral y
otras múltiples formas de violencia diaria que sufren las clases trabajadoras).
El funcionamiento del Estado como forma política militar del capital es ciego y
sordo ante las necesidades de la clase obrera cumpliendo su papel de vigilante y
protector de los intereses de los capitalistas. Los inmigrantes entran en la
maquinaria trituradora de la fuerza de trabajo sin distinción de raza, sexo o
procedencia, son simplemente carne de cañón lista para la explotación y la
producción de plusvalía.
Como
escribe Arantxa Tirado, hay una serie de frases que forman parte del comentario
público, y sobre todo en el que inciden personajes políticos de la derecha y la
izquierda:"¡Hay un alud de inmigrantes!", "¡Primero los de
casa!", "La inmigración es un problema, no tengas miedo a
admitirlo", "La izquierda debe hablar de inmigración", "Los
inmigrantes deben integrarse", "La cultura de los inmigrantes borra
la españolidad", "Estamos sufriendo una islamización"..
El
reformismo socialdemócrata cae en las propuestas del debate identitario de la derecha
y extrema derecha sobre la inmigración, sobre todo por cálculos electorales, es
lo que llama actualmente “la trampa de la propuesta antifascista del sistema”
(Fco García Cediel), que consiste en que parte de quienes ostentan el poder
político y económico en Europa se hacen eco en las propuestas que vienen entre
otros de Trump, Bolsonaro y Le pen.
Un
caso reciente son las declaraciones del portavoz del PP planteando el
incremento de la fuerza naval que impida la llegada de balsas con inmigrantes.
Estos discursos son los que hacía Meloni en Italia hace poco tiempo. De hecho, los miembros del G-7 en su última
reunión decidieron incluso adoptar la política migratoria de Meloni, dejando
claro que los países que componen el occidente colectivo dan por buenas las interpretaciones
de una ultraderecha que ve en “el desplazamiento de poblaciones una nueva
amenaza económica, cultural o política” (Arantxa Tirado, La Marea).
La
derecha y la extrema derecha obtienen buenos resultados electorales incidiendo
en el odio y el miedo a los inmigrantes. El discurso de Abascal cuando retira
el apoyo gubernativo en las autonomías al PP es claro ejemplo de los intentos
de inculcar este miedo en las conciencias de la gente. Las personas que han
nacido en países diferentes al nuestro pasan a ser criminalizadas, señaladas
como responsables de la inseguridad en los barrios, de la pérdida de los
valores de Occidente, de una fantasmagórica dominación demográfica.
Pero
este rechazo implícito a la inmigración también aparece en sectores de
izquierda cuando comentan los problemas vinculados con la inseguridad y la
delincuencia. No sugieren acabar con la explotación y el colonialismo como
fenómenos que provocan e impulsan los desplazamientos masivos de personas
inmigrantes. Ni dan vía libre a la libre circulación de seres humanos como un
derecho natural, y en cambio propugnan barreras mientras que consideran que la
circulación de capitales y mercancías deben tener todas las facilidades del
mundo, sin reparar a que en la actualidad la libre penetración de capitales y
mercancías están provocando más desigualdad entre el mundo occidental y los
países pobres colonizados.
Los
problemas de convivencia se explican no por la llegada de trabajadores
inmigrantes sino porque el capitalismo necesita los recursos estatales para su
reproducción y supervivencia y esta imperiosa necesidad condiciona la
disposición de los mínimos posibles para infraestructuras, servicios,
financiación, enseñanza, sanidad, etc., que afectan al conjunto de ciudadanos.
En este orden de cosas, la izquierda tiene que denunciar y combatir contra las
causas estructurales que general los problemas de la clase trabajadora, y que
tienen un nombre el capitalismo.
Un
posicionamiento anticapitalista y antifascista no apuntaría sólo a la
descripción de los problemas que surgen por las disputas por los escasos recursos
públicos y privados entre los sectores populares autóctonos e inmigrantes. La
izquierda debe identificar las causas estructurales que explican los problemas
de nuestra clase y que tienen un nombre: capitalismo. La izquierda debe luchar
para que haya recursos para todos, no cerrar la posibilidad de que otros puedan
tener acceso a ellos porque han llegado después a un territorio sino a exigir políticas
de reparto para todos, sin distinción de origen ni de momento de llegada, y
sobre todo luchar para transformar el aparato del estado en sentido colectivo, para
ponerlo en manos y al servicio de la mayoría que es la población trabajadora.