Desde
el Ministerio de Trabajo, regido por Yolanda Díaz, se potenció una política
destinada a socializar las pérdidas, y privatizar los beneficios de las grandes
corporaciones económicas. En la mayoría de los casos, los despidos laborales de
carácter temporal se financiaban con ayudas de fondos públicos que facilitaban la
modernización y automatización con la introducción de nuevas tecnologías.
Lo que no sucede cuando estas empresas obtienen
beneficios multimillonarios, como está ocurriendo ahora, es que aseguren los
empleos y suban los salarios de sus trabajadores, sino que siguen en la misma
dinámica de despedir para reorganizar y mejorar sus producciones y beneficios. Así,
el hecho es que cuando se han cerrado los ERTES, se producen despidos
colectivos a todo ritmo con el aumento de los ERES. Las estadísticas del
Ministerio de Trabajo confirman las tendencias actuales con un acelerado ritmo
de despidos colectivos y una disminución en las medidas de ajuste
flexibilizador.
Las
grandes empresas están aplicando estrategias rentables con los despidos basados
en causas organizativas y productivas, mientras que la realidad laboral para
las pequeñas empresas es bastante dramática tanto para empresarios como
trabajadores.
Resulta
cada vez más visible el acrecentamiento de la polarización y las desigualdades
sociales entre y dentro de las mismas localidades y territorios, el abandono de
los barrios y los déficits en los servicios públicos sanitarios, educativos, de
atención a mayores, etc. El asunto es que mientras unos obtienen superbeneficios
millonarios, otros se empobrecen o incrementan su ya de por sí pobreza.
El
asunto es que los partidos del sistema, los de derecha, conservadores,
reformistas, socialdemócratas, y los de la izquierda woke, presentes en los
gobiernos estatales o regionales, están muy entretenidos con las elecciones y
con los casos de corrupción lanzándose dardos de humos, alejados de las
preocupaciones de las poblaciones.
Esto
nos sitúa en la necesidad de avanzar en la construcción de una alternativa
política que defienda los intereses de la clase trabajadora y las
clases populares, capaz de hacer frente al desafío que para los asalariados
consistirá en combatir no solo los despidos y los ataques patronales, sino
también, tratar de detener los recortes sociales y económicos que los
gobiernos al ritmo de Bruselas se proponen poner en práctica de forma inmediata.
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