El aceite de Oliva no para de encarecerse
hasta el punto de ser ya un artículo de lujo para la clase trabajadora. El
precio sube y sube y ningún gobierno lo detiene o regula. La ministra en
funciones Yolanda Díaz, decía que «necesitamos un gobierno que actúe contra la
inflación y la especulación”, se olvida de que forma parte del actual gobierno
en funciones; sea como sea, nadie de los que pudieran hacer algo, hace nada al
respecto, ni ella, ni los ministros en funciones, tanto el de agricultura
Planas, como el de Consumo Garzón que ni está ni se le espera, ni los
dirigentes que tenemos más próximos, como los de la Consejería de Agricultura
de Extremadura.
El aceite, es un elemento de primera necesidad,
básico de nuestra gastronomía y de la dieta mediterránea. En la actualidad, es
un producto inalcanzable para la inmensa mayoría de las familias, especialmente
para las más precarias. Antes, el aceite
de oliva formaba parte, aunque en cantidades mínimas, de los repartos de alimentos
a las familias más pobres que distribuyen las diferentes entidades asociativas procedentes
del FEGA (Ministerio de Agricultura). Ahora ya no hay aceite, ni tampoco leche.
Además, las cantidades del resto de productos son menores. La administración
estatal considera que los pobres están acostumbrados a pasar hambre, y porque
pasen algo más de lo normal no va a caerse el mundo.
En el sistema productivo extremeño el
aceite de oliva representa un legado histórico y cultural, debiera ser nuestro producto
por excelencia, y un alimento primordial de las familias extremeñas. Sin
embargo, es una evidencia que “Los precios del aceite de oliva están en manos
de las grandes empresas del envasado y la comercialización de las que son
extremadamente dependientes centenares de pequeñas cooperativas y almazaras
que, antes o después se verán absorbidas por los monopolios. Son estos los que
expolian nuestras tierras, nuestros olivares y nos arrancan de nuestras manos
nuestro aceite y lo exportan barato a su Unión Europea”.
Los productos básicos de la economía se
manipulan como mercancías para proporcionar ganancias a las clases ricas, por
lo que es una necesidad de que las clases trabajadoras decidan y establezca un
control de la producción, la distribución, y en general de la economía. El primer principio al que se debe la
regulación de la producción y exportación de aceite de oliva es el de cubrir
las necesidades de nuestra población, estableciendo unos precios máximos del
aceite de oliva y protegiendo la producción de los agricultores y pequeño
campesinado frente a las grandes empresas del sector.
La problemática oleícola vuelve a poner de
manifiesto que la igualdad de la que hablan los políticos y tantos tertulianos en
los medios de comunicación es una farsa, es una falacia, no existe, es una
manera de confundirnos y alienarnos con sus mentiras. Mientras exista el
capitalismo la desigualdad estará presente en todos los órdenes de la vida, una muestra evidente es lo que pasa con el aceite de oliva, unos grupos sociales, los jornaleros y agricultores lo producen y otros, los
monopolios y especuladores se enriquecen a su costa, con el consentimiento de los gobiernos.
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