1.- Las políticas reformistas.
La socialdemocracia necesita que al capital le vaya «bien» para poder repartir los «restos» de su ganancia y de este modo arreglar ciertos problemas del capitalismo para darle una cara más humana.
Por eso, esta propuesta política de algunos partidos socialistas (reformistas) que pregonan la redistribución de la riqueza cae en el limbo dado que ese reparto depende de que la economía vaya bien y el Estado pueda disponer de recursos suficientes para ejecutar una redistribución que a lo máximo que puede llegar es a lograr una cara más humana del sistema social. A su vez, en esa situación económica el capital puede disponer de enormes beneficios, de ganancias que proceden de las plusvalías extraídas del sudor del obrero. En estos casos, tanto al Estado como a los explotadores no les importa ceder ciertas migajas a las clases trabajadoras. Es decir, devuelven parte a sus dueños puesto que de por sí lo poco que restituyen provienen del plus valor que se extrae al trabajo asalariado. Esta actitud hipócrita de los gobiernos reformistas y sus promotores, los capitalitas, se explica para que los trabajadores no lleven a cabo explosividades sociales de carácter revolucionario.
Sin embargo, la careta desparece cuando los beneficios del capital se contraen y se reducen los ingresos del Estado en las crisis que se originan a causa de múltiples circunstancias: la superproducción, las competencias entre capitalistas, las luchas territoriales para ganar mercados de venta y de materias primas, las guerras, etc.
En definitiva, cuando las tasas de beneficio caen el capital y el propio Estado dejan de lado su cara amable de farsante generosidad y recurren a mecanismos que incrementen la explotación salarial de la clase obrera con el apoyo del Estado que simultáneamente generaliza los recortes sociales para disponer los presupuestos del estado al servicio del capital.
2.- Los precios de la uva y sus consecuencias.
La situación general descrita la podemos trasladar de modo concreto a la que rige actualmente en el campo. Así, los precios de la uva están tirados por el suelo. Los compradores, un pequeño grupo de bodegueros se ponen de acuerdo monopolizando el mercado estableciendo unos precios de compra que les aseguren futuras ganancias frente a otros industriales más poderosos que aparecen en la secuencia comercial de compra-venta; los bodegueros acuerdan pagar a los agricultores precios de miseria por la compra de la uva; las consecuencias son claras: muchos agricultores, los más pequeños irán a la ruina, otros se mantendrán con muchas dificultades y sólo saldrán adelante los agricultores más poderosos que muy probablemente adquirirán la propiedad de los que van a la ruina.
Esta situación en la que el Estado da la espalda y no quiere saber nada, no interviene para nada, dejando que las cosas vayan por una inercia que favorece a los más poderosos de esta cadena de producción y distribución, determina la tendencia de que cierto tipo de propietarios agrícolas, especialmente los más reaccionarios y conservadores, se opongan radicalmente a pagar salarios decentes y justifiquen la aplicación de duras condiciones laborales y salarios de miseria para los obreros que emplean en la vendimia.
Esta cadena de valor atravesada por el enfrentamiento entre varias clases sociales, los trabajadores y los dueños de los medios de producción materiales y financieros, desde los agricultores, los bodegueros, industriales y otros intermediarios, se caracteriza por la disputa para la apropiación de la plusvalía generada por la fuerza de trabajo del obrero. En esta batalla son las clases trabajadoras y los agricultores los que se llevan la peor parte, en la mayoría de los casos son otros los que manipulando y manejando las fases de la distribución comercial, controlando el mercado de compra y venta de las materias primas y sus transformaciones, obtienen buenos beneficios. Los pequeños y medianos agricultores van a la ruina y los obreros no obtienen ni siquiera los salarios que compensen la reproducción de su fuerza de trabajo.
3.- Las tendencias generales del capitalismo: las desigualdades sociales y la concentración de la propiedad de la tierra.
Estos problemas con mayor o menor virulencia se manifestarán mientras se mantenga el sistema capitalista; mientras el modo de producción capitalista sea la matriz en la que tiene lugar, la producción, la distribución y el consumo de bienes y servicios. Sólo la lucha de clases puede hacer frente a las tendencias generales del capitalismo. En el caso concreto que tratamos podemos destacar dos líneas generales. Por un lado, el aumento de las desigualdades sociales con el enriquecimiento de una minoría social que acumula patrimonio y riqueza y en la acera opuesta, el empobrecimiento de una mayoría de la población formada por trabajadores y pequeños productores agrícolas,
y por otro, la concentración y centralización de la tierra en manos de grandes agricultores, industriales y monopolios.
La salida que los distintos gobiernos intentan es la de ocultar a los ojos de la sociedad estas tendencias generales de la producción capitalista para lo que aplican subvenciones y diferentes ayudas estatales propias o procedentes de la Unión Europea, así como ciertas medidas de subsistencia mínima para aminorar las condiciones que van creando una previsible explosividad social entre las clases productoras: agricultores y trabajadores.
No obstante, lo que sí hacen es compensar y aliviar las caídas de las tasas de ganancia de los grandes capitales en su conjunto mediante reformas laborales que incrementan la explotación salarial, reformas administrativas inútiles como la Ley de la cadena alimentaria que en definitiva no alteran para nada los precios de miseria que llevan a la ruina a miles de agricultores, a la vez que financian a los latifundistas y grandes monopolios para facilitar la concentración y centralización de la tierra en sus manos.
4.- La repercusión en el mundo rural de los bajos precios y salarios de las producciones agrícolas. La necesidad de la intervención del Estado en el control y planificación de la producción.
El hundimiento del valor de las producciones agrícolas tiene una tremenda repercusión en todos los sectores sociales que viven de la agricultura, y en general en el mundo rural. Las perspectivas son bastante negras y si las cosas siguen igual será difícil detener el acelerado vaciamiento y depauperación de nuestros pueblos. La Ley de la cadena alimentaria ha quedado como algo poco eficaz, por no decir inútil, por sus impedimentos administrativos y las dificultades para establecer y aplicar los costes de producción y precios de venta, a esto se le suma las dificultades para la venta en los mercados internacionales por la guerra de Ucrania, la sequía y las olas de calor con su influencia negativa en la producción, etc..
Consideramos que el planteamiento político debe ir a la raíz del problema que no es otro que la propiedad privada de los medios de producción. La contradicción básica y fundamental del capital es que mientras que las fuerzas productivas se desarrollan y crecen la propiedad y las decisiones acerca del producto y la riqueza generada siguen en manos de una minoría. Los productores, las clases trabajadoras, están más y más enajenadas de lo que ellas producen con su trabajo.
En el caso concreto que nos ocupa, es una necesidad el control y la planificación por el Estado de todas las fases en las que se integran los procesos de compra y venta de la uva: estableciendo un precio de venta y planificando unas producciones que permitan unos ingresos y salarios dignos a los que trabajan en el campo, en vez de que sean otros afincados en las capitales o en el extranjero los que determinen el valor final de la producción, y por supuesto, acentuando su presencia en los mercados internacionales.
No nos olvidamos de señalar que las acciones que faciliten la vida en el campo tienen que formar parte del conjunto global de medidas que conforman una Reforma Agraria que oriente la propiedad de la tierra hacia su mejor aprovechamiento social y productivo, a la vez que arranque, extraiga de las manos de los monopolios y ponga en poder de los agricultores los medios de producción necesarios (semillas, abonos, insecticidas, maquinarias, energía, etc.) para las producciones agrícolas.