Las guerras de la OTAN y la responsabilidad de los Estados en lo sucedido tienen mucho que ver
con la crisis económica y social del capitalismo a escala internacional.
A finales del siglo XX y principios del XXI hemos conocido las llamadas “guerras del petróleo”,
desarrolladas en Irán, Libia, Siria, Afganistán …, y todas ellas tendentes a la apropiación del petróleo,
del gas y las riquezas minerales. Para ello han tenido que pactar con los sectores más reaccionarios
de la sociedad en cada lugar.
Afganistán es un país que ha sido víctima reiterada en su historia de la intervención imperialista,
y por tanto de sus guerras.
A la guerra de Afganistán, desencadenada en 2001 por Estados Unidos y gobiernos cómplices, tuvieron el descaro de bautizar la agresión militar como “libertad duradera”, convertida, por el contrario, en una larga guerra que aún no ha tenido fin con la próxima salida de las tropas extranjeras, y que previsiblemente se prolongue, en función de los acontecimientos, en una nueva guerra civil en la zona.
En 2003 el “trío calavera” de las Azores (Bush, Blair y Aznar) repetirían la misma hazaña para sumir a Irak en la destrucción. Después sería el turno de Libia, Siria … Los medios de comunicación occidentales han tratado inútilmente de vaciar estas guerras de destrucción y saqueo de todo contenido de clase, obviando con ello los crímenes cometidos y el aplastamiento de los derechos nacionales de los pueblos, de los jóvenes, de las mujeres.
Sin establecer relación alguna entre estas guerras imperialistas y la crisis económica internacional, que estalla en los mismos Estados Unidos con el hundimiento de bancos y grandes empresas, crisis que se extiende al mundo entero. Son las guerras para robar las plusvalías y las riquezas de los pueblos.
El caos televisado que se vive en el aeropuerto de Kabul, desde hace días, entre sectores de la población civil, los militares de la OTAN y los talibanes, no es sino la triste representación del drama causado en Afganistán por veinte largos años de guerra. Conflicto que también comenzó de forma televisada con la autodestrucción de las Torres Gemelas por los mismos servicios de inteligencia norteamericanos y sus cómplices Además de inmensas reservas de petróleo, gas y todo tipo de yacimientos minerales, en Afganistán se produce el 80% del opio y la heroína mundial, sustancias muy codiciadas por las grandes farmacéuticas cárteles de la droga: su valor de mercado se multiplica por 8.000 cuando se traslada desde los campos afganos a las grandes metrópolis.
Los talibanes no son sino la milicia armada de los terratenientes de la droga, convertidos en señores de la guerra. Las tropas de la OTAN no invadieron Afganistán, como en otros países del mundo, para llevar la “democracia”, o para acabar con el terrorismo que ellos mismos han financiado, sino para permitir con su guerra que un sector de la burguesía internacional ligada a la industria de armamentos pudiera hacer grandes negocios, especulando con las materias primas, con las armas y las drogas. Para ello levantó, en medio de la guerra, el Estado corrupto de la OTAN, sumido en el clientelismo para que estas autoridades les facilitaran el saqueo del país y, en última instancia, el acuerdo con los terratenientes talibanes para que se mantengan como suministradores de dichas materias primas tras el abandono de las tropas occidentales. Trump y Biden, presidentes de los EEUU, decidieron pactar con los jefes talibanes la fecha del 31 de agosto para la retirada de las tropas de la OTAN y de sus colaboradores civiles, que hoy buscan refugio precipitado en Occidente.
El Gobierno español se ha prestado a utilizar las bases militares conjuntas para su recepción, en el mismo momento que expulsa de manera ilegal a todo tipo de solicitantes de asilo y/o refugio. El gobierno afgano y su presidente han huido a los países del Golfo cargados de maletas de dólares dejando el poder a las bandas armadas contrarrevolucionarias; abandonando en manos de los talibanes todo el armamento entregado por la OTAN. No podemos olvidar que el ejército afgano, que se ha hundido en unas pocas horas, había sido levantado por la OTAN, con grandes inversiones económicas, como la columna vertebral del nuevo Estado.
El balance de 20 años de guerra y destrucción se resume en el hecho de que Afganistán no está hoy en mejores condiciones de cuando se desencadenó la guerra, poniendo de manifiesto con ello la incapacidad de las principales potencias imperialistas del mundo para resolver los problemas de la gobernanza en sus aspectos más elementales y el fracaso de sus intervenciones militares.
Los EEUU han gastado en Afganistán unos 300 millones de dólares cada día durante veinte años, un monto total de dos billones de dólares, de los que caben destacar las partidas dedicadas a los contratistas y a las ONG. El Reino de España, fiel escudero de los EEUU por herencia franquista, redoblada su dependencia por la entrada en la OTAN, ha empleado en la guerra unos 27.000 militares e invertido unos 3.600 millones de euros, una parte de ellos dedicada a financiar ONG como Cáritas, Médicos sin Fronteras y ACNUR. Datos que están cubiertos por la nebulosa de los gastos del ejército en general que están exentos de control democrático. A la vista está que el intervencionismo militar de la OTAN se ha constituido en todas partes en una tremenda carnicería humana y, como consecuencia de todo ello, la mayoría de la población afgana vive en la más absoluta pobreza y opresión.
Las consecuencias de estos negocios son los crímenes contra la humanidad cometidos, la opresión contra la mujer, la miseria de los campesinos y trabajadores de la minería. La OTAN, con su retirada, mediante una derrota negociada, ha dejado a Afganistán bajo el control contrarrevolucionario de los señores de la guerra y de las drogas para seguir adelante en sus sucios negocios. Tendencia del capitalismo hacia la mafiosización de la economía.
La oposición a la guerra y al saqueo imperialista de sectores enteros de la población ha puesto de manifiesto la debilidad, la corrupción e impotencia del intervencionismo capitalista en Medio Oriente y Asia Central. Las Cortes Generales no puede dejar pasar la ocasión de poner en cuestión la política de guerras imperialistas de los gobiernos de la monarquía, estableciendo una verdadera auditoría general de lo que ha supuesto 20 años de guerra y destrucción.
La lucha contra la guerra es la lucha contra el saqueo imperialista de los pueblos del mundo. Las demandas políticas de soberanía de trabajadores y pueblos en España, basada en su propia experiencia, se concentran en la demanda de Cortes constituyentes por la República, en el respeto a la autodeterminación de las nacionalidades. Objetivo que no puede perder de vista la exigencia mayoritaria de acabar con las guerras imperialistas, exigiendo que los gastos militares sean empleados en fines sociales. Acabando con el peso muerto de la herencia franquista, sus leyes, tratados e instituciones, y por tanto con las Bases Militares USA en nuestro suelo. Planteando la necesaria ruptura democrática con la OTAN