Asuntos de primera
mano, que atañen a la gobernabilidad o no del país, han venido a acumularse
sobre la mesa del Consejo de Ministros. Aún sin haber salido del todo de la situación en la que nos sumergió
la pandemia, se han amontonado sobre el mundo oficial de la Corte cuestiones
muy diversas, que van desde la Ley de la Vivienda, a la tramitación de Ley de Memoria
Democrática, y a la cuestión de cuestiones que está en todos los debates, que
son los mismos Presupuestos Generales del Estado, y lo relativo a la derogación
o no de la leyes de contrarreforma social, sin olvidar la misma “Ley mordaza”
que conculca -desde hace años- derechos fundamentales.
Después de haberse
comprometido el actual Gobierno en la derogación de dichas leyes, ahora se
prepara un descarado giro basado en aquello de “donde dije digo” hace tres
años, ahora vengo y “digo Diego”.
Veamos: los beneficios
del capital parasitario han salido reforzados del coronavirus, contribuyendo a
la crisis económica derivada del parón productivo y de la consiguiente
dislocación de los principales elementos que hacen al caso la globalización.
Las grandes fortunas han aumentado su riqueza, oficialmente, hasta 153.575
millones de euros, un 17% más que en 2020. El capital de las empresas cotizadas
ascendió en 40.405 millones de euros… Las rentas del trabajo, por el contrario,
no han hecho sino retroceder, multiplicando la precariedad y el empobrecimiento
de los sectores más desfavorecidos. ¿Dónde está el “escudo social”?
Durante tres años se
ha prometido la derogación de leyes contrarias a derechos y libertades. Mas
cuando llega la hora de hacerlo, se retuercen las palabras para negar la
evidencia, sustituyendo derogación por modificación y/o modernización, en base
a un nuevo texto sometido a las medidas de contrarreforma social (pactadas ya
con la Unión Europea a cambio de los 140.000 millones de los grandes
capitalistas europeos), pretendiendo -como última ocurrencia- hacer depender el
contenido de la ley de los futuros acuerdos de la mesa de Pacto Social
permanente, donde la CEOE tiene bula. El juego de trileros está al descubierto,
y donde se decía derogación, es decir, anulación de una norma establecida como
ley, se sustituye por “reforma”, esto es, por la introducción de algunos
cambios que mantendrían lo esencial. Solo se reforma aquello que se pretende
mantener; y lo que se busca preservar no es otra cosa que medidas de contrarreforma
social que afectan a las conquistas sociales.
La fórmula de la “reforma que nada cambia” se ha establecido, creando confusión y desconcierto. La cuestión de si somos súbditos o soberanos está planteada ya al inicio de la mayor crisis política y económica que hemos conocido.
Las asociaciones en defensa de la vivienda
decían recientemente, en relación con la propuesta pactada por el Gobierno como
nueva ley, que en nada se parece a una ley, en la medida que con ella no se
pretende resolver ninguno de los problemas fundamentales: la vivienda sigue
secuestrada por los rentistas, especuladores y fondos buitres internacionales
como un negocio, para impedir una ley que entienda la vivienda como un bien
social y público a proteger. Lo mismo podemos decir en relación con los
Presupuestos Generales del Estado que benefician, de nuevo, a los sectores más
privilegiados, pero no protegen los servicios públicos esenciales. Agitan la
espada de Damocles de la privatización de todo lo público, del curso especulativo
que representan los altos precios de la energía eléctrica, y del gas, encareciéndose
los suministros principales para las familias en una fase económica
generalizada de estancamiento e inflación.
Proyectos
de ley como el de la Memoria Democrática no pretenden cambiar nada. Su contenido
antidemocrático se pone en evidencia todos los días. Cuando el exsecretario
general de Izquierda Unida, Gerardo Iglesias, se ve en la necesidad de acudir
al Tribunal Europeo de Derechos Humanos, pidiendo justicia por las torturas que
sufrió en comisaría, es porque el Tribunal Constitucional le ha negado su
petición de amparo (con la oposición, por primera vez, de tres magistrados de
dicho tribunal), vulnerándose el derecho de tutela judicial efectiva. Los
privilegios de la inmunidad y la impunidad, establecidos por el franquismo y
prolongados por el régimen de la monarquía, se imponen por el poder a los
derechos de defensa y al propio Derecho Internacional. ¿De qué Estado de
derecho nos hablan entonces?
El derecho internacional prohíbe de forma clave las leyes de amnistía, si estas favorecen la impunidad y si operan como un verdadero límite al principio de jurisdicción universal como en aquellos supuestos en los que un Estado -como es el caso español- se ve ante la solicitud de extradición por otro Estado de una persona acusada de la comisión de crímenes internacionales, y ello en el supuesto de que dichos crímenes hubieran sido amnistiados, como es el caso. De forma, que la detención de Martín Villa, y el mismo cumplimiento de su condena si la hubiere, no depende, por ello, del juzgado argentino, sino del gobierno español y de su negativa a acabar con las leyes que establecen la total impunidad, como es el caso de la ley de Amnistía.
Las transformaciones
sociales que exige la mayoría solo pueden llegar de la mano de la movilización
por un movimiento republicano de los trabajadores y pueblos, de sus
organizaciones, sindicatos y partidos. Romper con el dictado de la Unión Europea
y con los privilegios franquistas, como exigencia a los dirigentes de los
partidos y sindicatos, se constituye en la clave de la posibilidad de una
salida política de democracia y justicia. La República debe ser una exigencia
de presente.
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