La cobardía y la mentira forman
parte de la misma moneda emocional en caudillos locales de larga duración. Como la mentira
está íntimamente vinculada a la cobardía, las dos son inseparables para quienes quieren seguir disfrutando
de los atributos del poder. En sus tradicionales actos, repetidos a lo largo de los años como una tradición conservadora del engaño, disimulando con palabras y frases
como ellos saben hacerlo, embisten al rival. Lo hacen cuando se les calienta la boca, por detrás, con
protección inmaterial, claro está, sin dar la cara, y con su natural lenguaje falaz afirman cosas que
saben que no son verdad.
De manera perspicaz, en su residual calidad humana no queda un hueco para la verdad y la sinceridad, y por eso no les importa recurrir a la atribución de patrañas a los demás, recurriendo si es
preciso a poner en entredicho a descendientes del rival, que poco tienen que ver con el contenido a
dirimir. Su insensibilidad es algo habitual, y para ellos la ofensa a los demás suele estar totalmente
al margen de su más cotidiana humanidad.
Contra estos déspotas pueblerinos no cabe otra actitud que el enfrentamiento político y social. Cada día tengo más claro que debo poner en juego todas mis energías y todas mis fuerzas para intentar acabar con las maniobras oportunistas y la prepotencia de estos embusteros locales que para adecentar sus rancios discursos se toman el particular derecho de sacar a relucir cuestiones relacionadas con mi familia. En pocos días me voy a entregar en la batalla electoral para luchar y echar a estos pancistas que durante tanto tiempo se han estado columpiando en las mecedoras del placer.