El 19 de julio de 1936, hace ahora ochenta y dos años,
estallaron acontecimientos politicos producto de la lucha de clases que merecen
la reflexión. Al alzamiento nacional fascista del 17 y 18 de julio, apoyado
internacionalemnte por Hitler, Mussolini y el Vaticano, siguió un movimiento de
respuesta organizado desde las filas de los partidos y sindicatos obreros que
tomaron forma y contenido revolucionario. Acontecimientos que marcarían por
mucho tiempo la situación tanto en España como en Europa.
Cinco años antes de los
acontecimientos históricos de julio de 1936, la monarquía de Alfonso XIII había
perdido el poder. Y la gota que desbordó el vaso de la crisis política e
institucional fue el resultado de las elecciones municipales donde se
impusieron las candidaturas republicanas, sobre todo en las grandes ciudades.
Se desencadenó un movimiento de proclamación republicana que resultó imparable,
obligando al Rey a reunir su botín para marchar al exilio con toda su famila.
La mayoría social hizo una apuesta
por la República para deshacerse de la principal institución sobre la que se
organizaba la dominación de la burguesía en España. Monarquía que en su última
etapa no pudo separarse de los grandes escándalos de corrupción vinculados a
los negocios de la guerra colonial en Marruecos, como tampoco de la represión
desencadenada por la Dictadura de Primo de Rivera.
El hecho de que unas elecciones
municipales fueran el detonante de un cambio político tan importante como el
que supuso la precipitada caída de la monarquía y la consiguiente proclamación
de la República, marcó las ilusiones de todo un periodo en relación con la
posibilidad de soluciones meramente electorales para los grandes problemas. Y
ello, además, en una nueva situación política general que vino a plantear la
necesaria solución de los más graves problemas políticos en toda su magnitud.
A la caída de la monarquía, ocupó el
poder un conjunto de fuerzas políticas reagrupadas en el Acuerdo de San
Sebastián, en forma de “Comité Revolucionario”, haciéndose cargo del gobierno
con algunos ministros que lo fueron del rey, quienes convocaron elecciones a
Cortes Constituyentes.
Fue así como llegó el turno a la
apertura de un proceso de alcance revolucionario en nuestro país, en el momento
y al calor de la gran crisis mundial de 1929, que determinaba un cambio radical
de la situación internacional.
Las demandas políticas y sociales de
la mayoría se ordenaron en torno a cuestiones fundamentales como la agraria, la
de las nacionalidades a disponer de sí mismas, las reivindicaciones
democráticas y laicas relativas a la separación Iglesia y Estado, y la cuestión
colonial, que venía a poner a prueba la capacidad de los trabajadores y sus
organizaciones como clase para realizar su proyecto histórico.
El acceso de Hitler al poder en
Alemania a primeros de 1933 fue una señal general de alarma para todos los
partidarios de las aspiraciones de la clase trabajadora. Giro internacional a
la derecha que en España coincidió con resultados electorales favorables a la
CEDA de Gil Robles, quien se hacía llamar caudillo por sus seguidores.
El movimiento de la clase obrera se
radicalizó en todas partes para oponerse al fenómeno fascista. Primero en
Cataluña y luego en toda España se puso sobre el tapete la necesidad de
alcanzar políticas y alianzas de clase, cuyo objetivo inmediato era preparar
las mejores condiciones para “la lucha contra
el fascismo en todas sus formas y la preparación del movimiento de la clase
obrera para el establecimiento de la república socialista federal”, según
la terminología de la época. Creando para ello alianzas políticas en forma de
Alianzas Obreras, con comités revolucionarios clandestinos y alianzas
regionales, sin que se llegara a materializar una alianza estatal como tal.
El objetivo de dicho reagrupamiento
no era otro que el de desencadenar la Huelga General, movimiento que se
estableció para el 5 de Octubre de 1934. En Madrid la huelga no fue más allá de
la paralización de la actividad productiva y comercial sin llegar a tomar
formas insurreccionales. Asturias y Cataluña fueron la excepción. El presidente
Companys apoyado en el movimiento de huelga proclamó un Estado Catalán dentro
de la República Federal Española, movimiento que fue aplastado por la
intervención militar que acabó también con la autonomía catalana. El conflicto
de Octubre 1934 se concentró sobre Asturias, donde los mineros y metálurgicos
constituían el sector obrero más concentrado y organizado, el corazón mismo de
toda la clase obrera. La Huelga General se desarrolló con métodos de
insurrección y toma del poder, la conocida como Comuna Asturiana. Situación
que, ante el aislamiento, sólo llegó hasta el 18 de octubre, cuando el ejército
y la represión policial aplastó a los revolucionarios.
La experiencia política de octubre
de 1934 vino a jugar un papel decisivo a la hora de la acumulación de fuerzas
de los partidos y sindicatos para preparar las luchas siguientes. Octubristas o
anti octubristas, esa fue la división que siguió a los acontecimientos
revolucionarios de Octubre de 1934. División que se prolongó durante mucho
tiempo sin que a día de hoy podamos decir que el fondo de la cuestión haya sido
resuelto.
Por ello, ante los acontecimientos
de julio de 1936, la experiencia política de Octubre tuvo un peso determinante.
La rebelión civico militar preparada desde el exilio de Alfonso XIII en Roma,
con el respaldo financiero y militar de
las potencias fascistas, tuvo un largo proceso de conformación.
El golpe militar comenzó en
Marruecos el mismo 17 de julio ante la parálisis de las autoridades. La primera
decisión del gobierno Azaña fue la de oponerse a las exigencias de los sindicatos
y de Largo Caballero quien demandaba que se procediera sin más pèrdida de
tiempo a “que se armara a los sindicatos
como garantía frente al movimiento contrarrevolucionario”.
El Ejército, la policía, y la misma
Guardia Civil se dividen de arriba abajo como consecuencia de los
acontecimientos de julio. De una parte, los que traicionaron su mandato
republicano apoyando a los fascistas sublevados. De otra, los que permanecieron
fieles al gobierno de la República que quedó en las grandes capitales
suspendido en el vacío. Y por otro lado, los que se unieron al movimiento
revolucionario del 19 de julio, movimiento que se nutrió políticamente de la
experiencia acumulada por los octubristas
del 34. Algo similar sucedió también entre los sindicatos y partidos y, por
extensión, en toda la sociedad.
El alcance de las formas de poder
revolucionario, que duró algún tiempo, varió según los territorios, pero en la
mayoría de las grandes ciudades fue ese movimiento el que desarmó el golpe
fascista, creando una situación de doble poder entre las autoridades
republicanas y los comités de poder que incluso nacionalizaron sectores enteros
de la producción y distribución bajo las condiciones de la economía de guerra.
Las Juntas revolucionarias fueron el
resultado del movimiento del 19 de julio, y sus experiencias deben inscribirse
en continuidad con la Comuna Asturiana en los momentos claves de la lucha de
los trabajadores y sus aliados por el poder político.
El alzamiento fascista del 17 y 18
de julio tuvo su contrapunto en el movimiento revolucionario del 19 de julio,
fecha que en muchos casos ha quedado en el olvido político por el predominio
general los intereses partidistas cortoplacistas de unos y otros.
El alzamiento y la guerra que le dió
el poder a Franco, impensable sin los apoyos internacionales que obtuvo,
respondió no solo a los intereses de los sectores más reaccionarios y
oscurantistas de la sociedad, sino y directamente a los intereses del capital y
de las grandes potencias de la época. La causa obrera del 19 de julio de 1936,
continuidad de la revolución asturiana de octubre del 34, no encontró expresión
organizada suficiente capaz de llevarla a la victoria. Fueron muchas las fuerzas
que desde fuera y desde dentro pusieron todo su empeño en frustrarla. Pero el
esfuerzo abnegado y heroico de tantos militantes, no solo para parar el golpe
fascista, sino por llevar a cabo una verdadera revolución política y social,
continúa siendo el mejor referente de nuestra Memoria Democrática, así como un
acervo de experiencias para el presente y futuro de los intereses de la clase
trabajadora.