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En la mañana fría y soleada del pasado lunes, durante el homenaje a Pablo Iglesias en el cementerio civil de la Almudena, el secretario general de la Unión General de Trabajadores aludió a las raíces sanas del sindicato.
Es cierto que deben investigarse y depurarse las irregularidades y presuntos delitos que se han destapado en la organización sindical. Y supongo que el primer interesado será el propio Cándido Méndez, toda vez que estos episodios proporcionan munición de grueso calibre a quienes maquinan para devastar los derechos de los trabajadores y reducirlos a meros esclavos del capital.
De cualquier modo, hablar de las raíces sanas de la UGT es una redundancia, pues nos referimos a un sindicato fundado por los socialistas de los tiempos heroicos, con el “abuelo” a la cabeza.
Hablamos de hombres y mujeres organizados para la defensa de los desfavorecidos, los explotados, los oprimidos, los perseguidos. Hombres y mujeres que pagaron con su libertad, su integridad física y su vida aquella noble labor.
Perseguidos por la guardia civil o por siniestros matones a sueldo de la patronal, organizaban mítines, repartían propaganda en tabernas y esquinas, en sótanos y azoteas, a la puerta de las fábricas y las tiendas… se jugaban la vida y la libertad. Y no pocas veces, el destino les deparaba el trágico fin de la muerte, la prisión o la paliza en lóbregos cuartelillos y apestosas dependencias policiales.
Por ellos se suprimió el trabajo infantil, se consiguió la jornada laboral de ocho horas, las vacaciones pagadas, los seguros médicos, la educación, las pensiones… fueron sindicalistas empapados de idealismo y bondad. Estas son las raíces las raíces de la UGT.
Y frente lo anterior, el Partido Popular. Con la excusa de la crisis persiguen modelar un país a su antojo, con una pequeña élite adinerada y el resto de la población sometida a los caprichos y explotación de criminales de cuello blanco.
La podredumbre actual del PP no parece tocar fondo. Se apunta a una “caja B” con la que se repartirían sobres entre los altos cargos, una contabilidad negra, como su alma, que serviría para financiar el partido y alimentar una tupida red de corrupción, una colosal caldera donde las constructoras, grandes empresas y turbios personajillos mojarían su hogaza de Judas en el caldo de los sobornos, la prevaricación, el cohecho, la especulación…
Y las raíces del PP no pueden tampoco apestar más. Su fundador, Manuel Fraga Iribarne, “converso” a la democracia pero partícipe de un régimen genocida que convirtió el país en el segundo del mundo en fosas comunes y desaparecidos, ministro de un régimen manchado de sangre… esas son las raíces del PP.
Miles serían los testimonios de venganza, maldad y sangre que conformarían esas raíces putrefactas pero, estos días, con motivo de la ley mordaza, me ha venido un dato a la cabeza: Madrid, 15 de marzo de 1966, Manuel Fraga Iribarne, saca adelante su ley de “libertad de prensa… pero dentro de un orden”.
Así, aquella ley, pretendiendo “libertad” (como hoy la ley mordaza pretende “seguridad”) encubría la represión en su artículo 2 donde prácticamente cabía cualquier sanción debido a su tipo indeterminado… como las actuales “ofensas a España o la policía” de la proyectada ley mordaza y otras infracciones análogas.
A su vez, aquella ley franquista elaborada por el fundador del PP, establecía una mecánica de sanciones administrativas y multas para eludir la vía judicial, única que en una democracia auténtica puede limitar las libertades… idéntico procedimiento al que hoy anhela perpetrar el PP.
No cabe duda, son los mismos. Se han adaptado a la democracia europea, como un cura ateo se mimetiza con los rituales litúrgicos. Pero sus raíces son las que son. Las de un régimen de terror, muerte y ataque a las libertades. No puede ser de otro modo en el PP, un partido con las raíces podridas.
En la mañana fría y soleada del pasado lunes, durante el homenaje a Pablo Iglesias en el cementerio civil de la Almudena, el secretario general de la Unión General de Trabajadores aludió a las raíces sanas del sindicato.
Es cierto que deben investigarse y depurarse las irregularidades y presuntos delitos que se han destapado en la organización sindical. Y supongo que el primer interesado será el propio Cándido Méndez, toda vez que estos episodios proporcionan munición de grueso calibre a quienes maquinan para devastar los derechos de los trabajadores y reducirlos a meros esclavos del capital.
De cualquier modo, hablar de las raíces sanas de la UGT es una redundancia, pues nos referimos a un sindicato fundado por los socialistas de los tiempos heroicos, con el “abuelo” a la cabeza.
Hablamos de hombres y mujeres organizados para la defensa de los desfavorecidos, los explotados, los oprimidos, los perseguidos. Hombres y mujeres que pagaron con su libertad, su integridad física y su vida aquella noble labor.
Perseguidos por la guardia civil o por siniestros matones a sueldo de la patronal, organizaban mítines, repartían propaganda en tabernas y esquinas, en sótanos y azoteas, a la puerta de las fábricas y las tiendas… se jugaban la vida y la libertad. Y no pocas veces, el destino les deparaba el trágico fin de la muerte, la prisión o la paliza en lóbregos cuartelillos y apestosas dependencias policiales.
Por ellos se suprimió el trabajo infantil, se consiguió la jornada laboral de ocho horas, las vacaciones pagadas, los seguros médicos, la educación, las pensiones… fueron sindicalistas empapados de idealismo y bondad. Estas son las raíces las raíces de la UGT.
Y frente lo anterior, el Partido Popular. Con la excusa de la crisis persiguen modelar un país a su antojo, con una pequeña élite adinerada y el resto de la población sometida a los caprichos y explotación de criminales de cuello blanco.
La podredumbre actual del PP no parece tocar fondo. Se apunta a una “caja B” con la que se repartirían sobres entre los altos cargos, una contabilidad negra, como su alma, que serviría para financiar el partido y alimentar una tupida red de corrupción, una colosal caldera donde las constructoras, grandes empresas y turbios personajillos mojarían su hogaza de Judas en el caldo de los sobornos, la prevaricación, el cohecho, la especulación…
Y las raíces del PP no pueden tampoco apestar más. Su fundador, Manuel Fraga Iribarne, “converso” a la democracia pero partícipe de un régimen genocida que convirtió el país en el segundo del mundo en fosas comunes y desaparecidos, ministro de un régimen manchado de sangre… esas son las raíces del PP.
Miles serían los testimonios de venganza, maldad y sangre que conformarían esas raíces putrefactas pero, estos días, con motivo de la ley mordaza, me ha venido un dato a la cabeza: Madrid, 15 de marzo de 1966, Manuel Fraga Iribarne, saca adelante su ley de “libertad de prensa… pero dentro de un orden”.
Así, aquella ley, pretendiendo “libertad” (como hoy la ley mordaza pretende “seguridad”) encubría la represión en su artículo 2 donde prácticamente cabía cualquier sanción debido a su tipo indeterminado… como las actuales “ofensas a España o la policía” de la proyectada ley mordaza y otras infracciones análogas.
A su vez, aquella ley franquista elaborada por el fundador del PP, establecía una mecánica de sanciones administrativas y multas para eludir la vía judicial, única que en una democracia auténtica puede limitar las libertades… idéntico procedimiento al que hoy anhela perpetrar el PP.
No cabe duda, son los mismos. Se han adaptado a la democracia europea, como un cura ateo se mimetiza con los rituales litúrgicos. Pero sus raíces son las que son. Las de un régimen de terror, muerte y ataque a las libertades. No puede ser de otro modo en el PP, un partido con las raíces podridas.
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