Documento con fecha
miércoles, 25 de julio de 2012.
Publicado el
jueves, 26 de julio de 2012.
Autor: Anxo Guerreiro.Fuente: El País.
Autor: Anxo Guerreiro.Fuente: El País.
La decisión del ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, de
modificar radicalmente la regulación del aborto para situarnos a la cola
de la UE en materia de interrupción del embarazo responde
exclusivamente al interés de una minoría extremista y ultraconservadora,
dispuesta a imponer sus creencias al conjunto de la sociedad en
detrimento de la libertad y autodeterminación de las personas. La larga
cruzada emprendida hace tiempo por el cardenal Rouco Varela contra los
ideales de progreso y modernidad, en especial contra los valores laicos y
constitucionales, empieza a tener éxito. Al fin, el presidente de la
Conferencia Episcopal tiene en el Gobierno el ministro que necesitaba en
el lugar adecuado.
A estas alturas de la historia resulta inconcebible que un Gobierno
democrático, abrazado a lo más retrógrado de la jerarquía católica, se
empeñe en la anacrónica pretensión de trasladar el derecho canónico a
normas de derecho común, y a imponer sus ideas a través del Código
Penal. Porque eso exactamente es lo que hace el proyecto Gallardón, al
considerar el aborto como un delito aunque queden despenalizados
determinados supuestos entre los cuales, increíblemente, no se incluye
el que hace referencia a la malformación fetal. Así pues, prepárense
ustedes para contemplar de nuevo el procesamiento y encarcelamiento de
mujeres, el resurgir de los vuelos a Londres y otras capitales europeas
para abortar con seguridad (las que tengan posibilidades) y, sobre todo,
a miles de mujeres que, al carecer de recursos, se verán obligadas a
interrumpir su embarazo de forma clandestina y sin garantías sanitarias,
con grave peligro para su salud y su vida. A todo ello hay que añadir,
como recuerda la Organización Mundial de la Salud (OMS), que leyes
restrictivas como la que se propone aprobar el Gobierno no disminuyen el
número de abortos, simplemente aumentan la inseguridad jurídica y
sanitaria de las mujeres.
Es cierto que la Iglesia Católica añora el nacionalcatolicismo de otros
y desdichados tiempos, y lo es también que sus jerarcas, tanto en Roma
como en Madrid, parecen haber recuperado el espíritu del Papa Pío IX (al
que Benedicto XVI quiere canonizar), que publicó una de las encíclicas
más reaccionarias de todos los tiempos (Quanta cura) en la que
se condenaba sin paliativos la modernidad, la libertad de conciencia y
de prensa, el matrimonio civil, el panteísmo, el naturalismo y, por
supuesto, el liberalismo y el socialismo y todo lo que se moviera sin su
autorización. Un siniestro personaje al que el ilustre teólogo Hans
Küng calificó como “un hombre enormemente inestable, desposeído de toda
duda intelectual que mostraba los síntomas de un psicópata”.
Pero pese a la involución de la Iglesia y a sus presiones, el Gobierno
tiene la indelegable obligación de legislar, también en este asunto,
basándose exclusivamente en la ética civil y sin más límite que el que
afecta a cualquiera otra norma; es decir, la Constitución Española.
Porque las sociedades democráticas modernas se basan precisamente en la
ética civil, que no es una verdad revelada que se nos da para siempre en
un acto único, sino la consecuencia de la historia de nuestros países,
el producto de su evolución social y cultural. Pues bien, la
característica fundamental de esa experiencia histórica de nuestras
sociedades reside en la secularización, en el carácter laico del poder,
en la obligada disociación entre creencia y pensamiento racional, entre
fe y saber científico.
Defender tan elementales principios democráticos no significa, en modo
alguno, pedirle a los ciudadanos que renuncien a sus creencias. Se trata
simplemente de recordarles que aquéllas no pueden imponerse a quienes
no las comparten. En un sistema democrático no se puede violentar la
conciencia de nadie, pero tampoco se puede impedir la autodeterminación
personal de los ciudadanos.
Teniendo en cuenta la involución social y cultural que significa el
proyecto del ministro de Justicia es de esperar una amplia contestación
social. Sería, pues, necesario que antes de que se apruebe la ley los
dirigentes del PP se pronuncien también con claridad. Espero que Feijóo,
que en el pasado se nos presentó como un hombre moderno, avanzado e
impecable demócrata, deje oír su voz en favor de las mujeres y de los
valores democráticos. Pero mucho me temo que el presidente de la Xunta
respaldará a su amigo Gallardón y se plegará sin el menor remordimiento
al retorno del nacionalcatolicismo.
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