Esta es la pregunta que hoy se
hacen muchas personas: Y adónde vamos; mejor sería decir, adónde nos llevan.
Ya no nos sorprenden las
incoherencias del gobierno de Rajoy ni, por supuesto, las protagonizadas por
Monago en nuestra comunidad autónoma.
Todos los días se da el
espectáculo de los vaivenes en la toma de decisiones, los desmentidos y,
posteriormente, la aceptación a regañadientes de la cruda realidad por parte de
los responsables políticos del Partido Popular que agachan la cabeza al mejor
estilo Josep Piqué, que dejó impronta. Se hace política al dictado. Es la
sumisión del poder legítimo ante mercados y grupos de poder que pocos conocen y
ubican. Está la voluntad popular maniatada y busca escape.
Entre tanto, somos testigos de una
acción dañina que está minando el modelo social que empezamos a construir a
partir de 1978.
El presidente del Gobierno afirma
una y otra vez que no hay alternativa posible a la política de reducción del
déficit público con el objetivo –dice él, pero que nadie sensato cree- de
generar empleo.
La derecha española ha asumido sin
pestañear el dogma del neoliberalismo desde los primeros años de su expresión.
Es fácil comprobar esto, basta con detenerse a escuchar a Aznar y entrever la
línea de análisis y pensamiento del “aparataje” de FAES, fundación creada en
1989, al final ya de la hegemonía thatcheriana. Siempre tarde, pero aplicados.
No hacen más que mentirnos y para
ello se valen de todos los medios de comunicación que están a su alcance.
De esa necesidad de control de la
información vino la “reestructuración” de RTVE, la “limpia” de rojos de la
etapa Zapatero. Así lo han justificado los más extremistas de nuestra ejemplar
derecha, aunque con otras palabras. Es una vergüenza que el prestigio de este ente
público alcanzado por el trabajo serio y riguroso de sus profesionales se haya
puesto en cuestión. Las reglas de juego se han roto por parte del Partido
Popular para poder mangonear a su antojo, no tan solo en la dirección sino
también en las entrañas, en la cocina de la información. Es deshacer lo hecho,
lo hecho bien.
Con la mayoría de los medios a
favor y con pocos críticos, el ejecutivo nacional junto con sus adláteres
regionales quiere hacernos ver, como si fuéramos mascabellotas, que sólo hay un
camino, el de la fe. El credo es una tontuna pero a fuerza de repetirse hace
mella. No es, desde luego, nuevo pero nos aparece investido de total autoridad
al ser defendido por economistas de mucho postín, de imagen diaria en medios de
comunicación y de espacio reservado en diarios de gran tirada, nacionales e
internacionales.
Pero el dogma es un “déjà vu”, cuyos “axiomas”
son el adelgazamiento de lo público, el tajo de raíz a derechos de todo tipo,
menos Estado, menos política, más espíritu emprendedor y un viva a la
competitividad sin escrúpulo alguno. Como el zumbido de la mosca, el credo
revolotea y revolotea en las ondas, y es lerdo quien no está al día de la prima
de riesgo y no justifica con mohín severo los ataques del gobierno a los
indefensos ciudadanos que penan su culpa por haber vivido por encima de sus
posibilidades. Crimen y castigo, muy ortodoxo todo.
Se necesita, necesitamos oxígeno. Hay
otros caminos y escribiremos sobre ello. El primer paso es cuestionar este
gobierno desde posturas siempre democráticas; sin violencias pero, también, sin
ataduras.
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